Dos mil tres fue la fecha en la que salió a la venta el libro que lo inició todo: El Código Da Vinci.
No lo voy a negar. Al principio, los libros de Dan Brown
fueron para mí una agradable sorpresa. Tomaron por asalto una “verdad” absoluta
y después de “desmenuzarla”, todo apuntaba a una realidad alterna oculta. Vivíamos
todos engañados.
Y así, multiplicado por “n” veces, de acuerdo al número de
historias publicadas.
Hoy, después de haber leído 6 o 7 de esos libros, al fin se
me cae la venda de los ojos y puedo ver la realidad alterna que durante tantas
letras se esforzaron en mostrarme y me negué a aceptar: las historias de Brown no
solo son de fórmula. Son todas iguales. Todas.
Me explico. Hay alguien que hace un descubrimiento que cimbrará a toooda la humanidad y por supuesto, hay otro alguien muy poderoso que se opone a ello, y para conseguirlo, contrata / manda a un tercero a hacer el trabajo sucio e impedirlo. Al final, el protagonista junto a la persona del descubrimiento, sobreviven / vencen a los malvados, pero deciden no dar a conocer el descubrimiento porque la humanidad está mejor sin saberlo y además, es incapaz de manejar la realidad.