Ser análogo en plena era digital o por que creo que la tecnología no dejará a los escritores sin trabajo

La maldición o bendición de haber crecido entre hertz en lugar de bits

Soy miembro de la generación X, la única que hizo la transición de lo análogo a lo digital de manera consiente, al igual que el cambio de la década, siglo y milenio.

Llámame anticuado, pero para mí, lo análogo es mejor. Libros, diarios y revistas impresos, máquinas de escribir, cuadernos y bolígrafos. No había internet, no eras rehén del algoritmo en turno ni tenías que creer a pies juntillas todo lo que el modelo de lenguaje popular te dijera que tenías que hacer.

Los teléfonos solo servían para hacer llamadas, los relojes solo daban la hora, la radio era la onda -literalmente-. Los 80’s y los 90’s fueron una buena época para ser niño, adolescente o adulto joven: buena comida, buena música, chicas bonitas, autos chingones, ropa genial… y para charlar con tus amigos o familia, hacías eso. Platicabas con ellos. En persona. O por teléfono, dependiendo que tan lejos se encontrasen de ti.

Ninguna empresa big tech te espiaba mediante tu huella digital electrónica. Las redes sociales privativas ni la NSA espiaban tu comportamiento en línea. No había hackeos como los conocemos. Eran tiempos más inocentes, y a la vez; más intensos.

Siempre me gustó leer en papel. Para mí no hay mejor sensación que tener el libro en las manos, sentir su peso, poder tocar la textura de las hojas, oler el aroma a libro nuevo -o a libro viejo-. Eran los pequeños placeres que le daban sentido a la vida. O al menos a la mía.

Aún me tocaron clases de mecanografía en la escuela, y tenía que cargar con mi máquina de escribir a todas partes. Ya había computadoras, pero su precio no estaba al alcance de las masas. Menos pensar en una laptop. Nunca supe cuanto costaban, pero seguro su precio era prohibitivo.

Y pasó lo que ya sabemos que pasó. Bueno, los que tenemos edad suficiente para recordarlo o comprenderlo en toda su magnitud, con todas sus consecuencias.

Ahora, los libros se leen en digital, al igual que los diarios y las revistas. Los relojes hacen cualquier cosa, excepto dar la hora. O casi. Ya no se escucha radio. O muy poco. Pero me refiero a la radio escuchada desde un aparato radio receptor, no a una transmisión vía streaming. Ya no se enseña el arcaico arte de la mecanografía. Ahora aprendes a teclear de la mano del auto corrector o de un modelo de lenguaje. Es más. Si eres lo suficientemente estúpido o perezoso, los modelos de lenguaje generativo hacen todo el trabajo. Literal. Todo.

En mi opinión, las historias, cuentos, novelas etc. que los modelos de lenguaje “crean” es a la comida chatarra lo que las obras escritas por seres humanos son a la comida casera. Con ninguna de las dos te mueres de hambre, pero una es mas dañina que la otra.

No me meteré con aquellos a quienes gustan de las historias chatarra, siguiendo con la analogía. Que las consuman quienes quieran. Atásquense de ellas, ahóguense entre operaciones matemáticas y modelos probabilísticos complejísimos con sabor a “historia/cuento/novela”. Eso no los hace malas personas, solo les impide disfrutar del arte creado de forma análoga, a la vieja escuela; por seres humanos.

Si algún día la industria editorial se inunda con escritos “automáticos”, querrá decir que lo creado arrastrando el bolígrafo sobre una hoja de papel -o utilizando una máquina de escribir, que cada quien elija su veneno- será cada vez más raro. Más escaso. Más valioso. Lo mismo sucede con los metales y piedras preciosas.

Así las cosas, los que creemos historias a la vieja usanza seremos una suerte de artesanos, verdaderos alquimistas que aun practican el oscuro y olvidado arte de querer convertir el plomo en oro.

Tal vez estoy romantizando lo análogo, pero ¿cómo no hacerlo? Es lo que me tocó, es lo que disfruté, es como me forjé en la senda del escritor. Eso no significa que esté peleado con la tecnología. Debo reconocer que es más práctico llevar 20 libros o más en el Kindle, tablet o celular; que en la mochila. Tampoco tiene nada de malo ocupar el auto corrector. La diferencia es que en “mi tiempo”, se le llamaba diccionario. Los autos no tenían GPS, teníamos mapas. O le preguntabas a la gente que te encontrabas en tu camino, confiando, pensando que te daban indicaciones de buena fe, aunque algunas veces fueran erróneas.

Dime anticuado, pero para mí, no solo antes era mejor. Se era más feliz. Y se estaba mucho más conectado en una era en donde no había links, hipervínculos, ni algoritmos manipuladores / espías.

PD. Yo no llamo a los modelos de lenguaje “inteligencias” artificiales; por que en efecto, no lo son. La inteligencia no es ocupar la probabilidad para predecir que palabra va después de otra. Los modelos de lenguaje no razonan. Simulan.