Nací y crecí en un hogar lector, en la magnífica época
análoga.
Para mi fue lo más normal del mundo ver a mis papás leyendo y
encontrarme libros en varios lugares de la casa. El santo sanctórum era la
sala, con un inmenso librero de piso a techo y de pared a pared, mismo que aún
existe.
Mi vida lectora comenzó con un ejemplar ilustrado de “El extraño
caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” durante la infancia. La adolescencia fue
marcada por Clancy, Crichton, Ludlum, Forsyth, le Carré y demás autores de
thriller, noir, misterio y policiaca.
Mi amor por los libros impresos era incondicional. Del verbo
“ya no”.
Y que no se me mal interprete. Me encantan los libros impresos más allá de ocupar un lugar físico en el librero y de llenarse de polvo. Pero el autor que cambió mi forma de pensar y ver los libros impresos de forma diferente fue uno de quien admiré su forma de escribir. El causante de este desencuentro fue Bernardo Fernández “Bef”.
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| Bernardo Fernández "Bef" |
Bef es otra de mis influencias literarias. De él tomé prestada la idea de escribir grandes párrafos sin ningún símbolo de puntuación (comas y puntos) para darle un cariz de urgencia a la voz narrativa del texto y proyectar la creciente ansiedad sufrida por los personajes involucrados. Era algo tan simple y a la vez tan novedoso -para mí-, que lo copié sin pensármelo demasiado. La primera vez que leí una obra de Bef fue con el libro “Tiempo de alacranes”, con partes escritas de la manera antes mencionada.
La primera vez que me topé con estos párrafos me tomaron desprevenido,
como asalto en despoblado. Tanto así, que me molesté con el autor precisamente
por la ausencia de puntos y comas. Para mí era un sin sentido. Hasta que tuve
oportunidad de preguntarle y me compartió sus razones.
Así, me di a la tarea de conseguir los demás tomos de esta
saga. Hasta el momento de escribir el presente, suman 5. Y después de ellos, la
historia continúa inconclusa y en palabras de Fernández “no hay una fecha para
continuar escribiendo la historia”, debido a otro tipo de actividades
profesionales que ocupan sus esfuerzos y desvelos.
Llegados a este punto, la pregunta natural es ¿qué tiene que
ver todo esto con mi desencuentro amoroso con los libros impresos? Tiene todo
que ver.
Con el paso del tiempo leí y releí la saga, dos o tres
veces. Siempre descubría algún detalle que se me había escapado y me daba un poco
más de claridad. Hasta que esa claridad se convirtió en decepción.
La “realidad” me “embistió” (sí, así entre comillas, por que
esta es una opinión personal. No tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas, por
lo que es algo bastante subjetivo.) Me di cuenta que había capítulos que no
aportaban nada. Si éstos se hubieran borrado de la versión final, no habría
cambiado la trama en absoluto. En mi opinión, “relleno” puro y duro, cuyo único
propósito era llegar el mínimo de palabras establecidas en el contrato de edición,
so pena de tener que regresar el anticipo otorgado por la editorial. Con esto
en mente, comencé a rayar y escribir en las hojas de esos libros. Mis libros.
Tomando en cuenta que se me educó con precisión para evitar esto a toda costa,
al hacerlo, estaba cometiendo un gran sacrilegio.
Pero no me importó. Era -continúa siendo- tanta mi furia con
Bef, que lo único que no hice con su historia fue arrancarle hojas al libro.
Así de inútil -creo- fue la muerte en vano de “n” numero de árboles para imprimir
esta… trama.
Entonces, gracias a Bernardo, le he tomado ojeriza a sus
libros impresos, pues ahora considero sus historias muy por debajo de la calidad
mínima necesaria para que éstas tengan un lugar en mi librero, que por supuesto,
tiene una capacidad finita. Pero ya entrados en materia, ¿por qué conservar mis
libros en físico -todos-, si puedo tenerlos en digital, y así no tengo que
preocuparme ni por el espacio, ni por el polvo, ni por el inexorable paso del
tiempo que los envejezca y aje? Si un libro no me agrada, sólo es cuestión de
registrarlo en Calibre -chulada de software para poner orden en la biblioteca
digital personal- y mandarlo al éter digital. Borrarlo, pues.
